EL NEGOCITO
Lo tiene bueno, barato y bonito…
Nada. En la vidriera enmarcada en colores oscuros no había ningún objeto, ninguna cosa que permitiera descifrar mejor aquel cartel: caballero, pase, descubra y lleve nuestro fascinante y excitante producto. Eso rezaba. Llamativo, exótico. Ambiguo. Los hombre, jóvenes y los no tanto, que se detenían y miraban, sentían la curiosidad correr por sus venas: pornografía, sólo podía tratarse de eso. Y tragaban saliva como los perros de Pavlov. Tan convencidos estaban que al acercarse alguna mujer por el pasillo del Centro Comercial escapaban casi a la carrera, como si temieran verse sorprendidos pagando a una trabajadora de la calle, y con moneditas. Generalmente la mujer que pasaba miraba el cartel, enfurruñaba la cara, también creía era pornografía y miraba al prófugo intentando descubrir quién era para denunciarlo.
Sin embargo, algunos entraban picados por la curiosidad. El lugar era pequeño, tal vez un metro y medio de ancho, por dos de largo ya que una barra alta limitaba el espacio. Detrás había una cortina, cerrada, que atrapaba las miradas calenturientas y desataba las imaginaciones (aunque todas iban camino a la bragueta, sin mucha originalidad), ¿qué habría allí, detrás de esas telas baratas de cuadritos?: pornografía, mucha, nueva y desconcertante pornografía, era la respuesta excitante y embriagadora. Incluso había quienes pensaban, los más desatados, en algún tipo de lugar donde hermosa chicas… La imagen quedaba corroborada por dos detalles. Uno era el vendedor, un joven delgado de sonrisa enigmática, agradable, atractivo a su manera, una que era ambigua también; la clase de sujeto que vende porno y no causa inquietud (o favores sexuales, pensaba mas de uno con ciertas cosquillas). El segundo detalle eran las fotografías en las paredes laterales.
Eran de chicas jóvenes, increíblemente pechugonas y cubiertas por mínimas tiritas por sostén, que invitaban a hacer preguntas: ¿Cómo se sostenían? ¿Por qué no reventaban? Las miradas de las chicas eran empañadas, sugerentes, anhelantes, como la de modelos profesionales, esas pobres muchachas muertas de hambre que parecen venir de veranear en Somalia y que se encontraran de pronto ante una hamburguesa con todo, caliente y olorosa. Las otras eran de tipos jóvenes, mazacotudos, lampiños y de miradas que intentaban ser virilmente masculinas, pero que difícilmente hubieran atraído la atención de las mujeres, inquietando únicamente a algunos tipos.
-¿Dígame, señor? –pregunta el joven, cortando al cliente, ¿qué iba a decir?
-Eh, yo, pasé para ver qué había.
-¿Sí…? –y lo mira fijamente, haciéndolo sudar.
-Si, me preguntaba… ¿qué venden aquí? –se lanza de sopetón, ¡ahora sabría!
-¿Usted qué buscaba? ¿Qué desea encontrar? –responde el chico y lo desconcierta y asusta.
-Yo, no lo sé, ¿qué venden…? –insiste, algo histérico, sintiéndose molesto también.
-Satisfacción. –responde con una sonrisa tonta, amistosa, como si explicara todo, y no explicaba un coño.- ¿Le interesa?
-No lo sé… -angustiado, presintiéndose atrapado en algún macabro juego, insiste.- Cuando dices satisfacción… -se corta y acalora, está molesto y curioso, desea irse, seguro de haberse equivocado, pero atado también. Allí debía haber algo inimaginable, bueno, sorprendente y único (porno del duro).
-Eso. Satisfacción. –repite el joven algo impaciente por primera vez, mirando elocuente su reloj.- ¿Le interesa o…? –y el otro se atraganta, quiere preguntar qué carajo es lo que tienen, pero no se anima.
-Bueno… -capitula.
Lo mira sonreír y entrar a la trastienda. El chico vuelve casi en seguida con una caja grandecita, aparentemente pesada. ¿Alguna muñeca? ¿Una caja de DVDs? ¿Algún libro? ¿Tal vez… (y tiembla de fiebre) algún juguetito exótico? El muchacho tiende la caja en la barra, al tiempo que otra persona, una mujer, sale de detrás de la cortina. El joven saca un libro hermoso, grueso, de apariencia muy costosa.
-Esta es nuestra mejor obra. Una Sagrada Biblia finamente encuadernada, para que aproveche sus momentos de ocio y soledad, ilustrada para que los muchachos la disfruten, y tiene hojas en blanco para que trace su árbol genealógico. Será la Biblia familiar, ¿no es hermosa, madre Teresa?
-Así es, hijo mío… -responde la monja sonriente, pero mirando al cliente con ojos de halcón.- ¿Se lleva esta sola o desea dos o tres más, para sus amistades?
……
Si yo tuviera dinero para botar, montaría un negocito así por una semana, tan sólo para molestar. De hecho pensé en titularlo: TRAMPA PARA TURISTAS; pero habría sido muy obvio, ¿verdad?
Julio César.
NOTA: Este es parte de una pequeña colección de relatos similares, que llamo DIVAGANCIAS, por lo tanto, y para no darme mala vida, usaré esta fotografía que tanto me gusta, por todo lo que muestra… a una buena persona.
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