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ADIÓS

ADIÓS

     Al fin la paz…

……

 

   Esta es una historia publicada el cuatro de mayo del dos mil seis, no sé bien si en el blog EL PUTO JACK TWIST, o en A RAS DEL SUELO, o en UN ANGEL. No estoy seguro. Sólo sé que fue increíblemente buena. Curiosamente, mientras lo releía y lo medio adaptaba a la forma en que veo el mundo (y que me perdone el autor de tan maravillosa historia), me fui encariñando con Ennis del Mar, un tipo al que nunca le he tenido mucha paciencia. Sin embargo, el cuento, me hizo verlo bajo una luz nueva. Y vamos a estar claros, los que vimos la película y nos enamoramos de Jack Twist, debemos entender que para este tipo debió ser el infierno conocerlo, tenerlo, amarlo y perderlo. Por ello me costó incluirlo aquí, perder a Ennis también duele; realmente pensar en eso, me llenó de nostalgia y tristeza. En fin, aquí va el relato; a propósito, en un comentario enviado por el cuento, alguien también hizo una bonita aportación que incluyo aquí.

 

   ENNIS DEL MAR HA MUERTO

 

   Cuando abrí los ojos no sabía lo que había ocurrido, o que hubiera ocurrido algo, simplemente me sentía diferente. Mejor que siempre, mucho mejor a decir verdad: podía erguir la espalda, la pierna dejó de molestarme, la mirada estaba mejor enfocada y sentía la mente despejada, clara, como hacía mucho tiempo que no la tenía. Mi boca estaba limpia, sin el agrio regusto a cerveza o vomito de la noche anterior. Intenté concentrarme porque todo me parecía extraño, no era como despertar de un sueño de repente, o soñar que se está despierto. Ahí estaba yo, de pie, erguido, vestido y mirando al suelo, pero sin saber cómo había hecho todo eso. ¿Desperté en medio de la noche mientras dormía?

 

   Lo más curioso es que llevaba mi viejo y apolillado sombrero calado en la frente, uno que tenía años de años sin ponerme. De hecho… creía haberlo perdido, porque la última vez que lo usé sobre mi cabeza, de cierto y lo recuerdo bien, el frío y poderoso viento del Oeste barría unas montañas altas, y alguien, de voz riente, había gritado que tuviera cuidado que el sombrero se me iba. ¡Magia! El sombrero había regresado por arte de magia, y yo creo en ella; en esas montañas hubo un ser de esos, mágico, que hizo de ellas y de mi vida, por un tiempo, un Paraíso en la tierra…

 

   “¿De dónde saliste, viejo sombrero?”, me pregunté, quitándomelo de la cabeza y sosteniéndolo contra mi pecho. Por alguna razón mi corazón latía con más fuerza, y eso fue antes de darme cuenta finalmente de la camisa que llevaba puesta. Allí estaban esas conocidas manchas secas, oscuras, de sangre. A mis ojos volvieron las viejas y familiares sensaciones, era como si alguien hubiera dejado caer vinagre en cada una de mis pupilas. Las lágrimas acudieron, como siempre, como años atrás, cuando ella me dijo por teléfono… (¡y aún no cumplía cuarenta años!). El mundo perdió firmeza, volviéndose borroso a mi alrededor, cubierto por ese llanto que volvía con la misma fuerza de siempre, como si el dolor fuera nuevo, como si el dolor acabara de llegar y no pensara marcharse jamás: murió… murió en un estúpido accidente.

 

   Estuve un rato así, cubriéndome el rostro con las manos intentando contener todo aquel llanto. ¿Fue un accidente realmente? ¿Sólo eso, amigo mío? ¿O te vigilaban? ¿Sabían ellos de ti, ojos azueles, y te despreciaban demasiado? ¿Te golpeó una palanca en un tonto accidente? ¿O te siguieron a través del campo, con risas, con odio, hacia una cañada, siempre hacia la maldita cañada? ¿Pensaste en mí en ese momento? ¿Sonreías todavía, como siempre hiciste, aún cuando sufrías? No, no debía seguir así, ¿por qué me hacía esto? ¿Por qué me torturaba así? ¿Hasta cuándo duraría esto? Pero no había respuestas. Nunca las había para mí.

 

   Al fin me serené un poco y recorrí todo dentro del trailer con mis nuevos y nítidos ojos. Joder, parecía que llevaba años deshabitado. Nadie se había molestado en sacudir todo el polvo y la arena que el viento del desierto colaba a través de cada rendija. Para colmo de males, la ventanilla de la cocinita estaba abierta de par en par y la arena entraba a mares a través de las cortinas que revoloteaban. Poco a poco la arena lo cubría todo, el suelo, los rincones, los muebles, la cama…

 

   “La cama… ¡Santo Dios!”

 

   Bajo aquella colcha de cuadros, vieja, había un bulto cubierto hasta el cuello, un cuerpo humano con el aspecto delgado y despatarrado de un muñeco roto y abandonado. ¡Soy yo! Si, estaba convencido, pero no sentí tristeza, ni pena, sólo… desconcierto y sorpresa, mucho más de lo que había sentido en los últimos años. Sin duda estaba muerto, la piel tenía un color extraño y parecía haberse encogido en torno a las mandíbulas, mostrando los pocos dientes que me quedaban. Por si aún quedara alguna duda por desvanecer, una mosca grande, azulada, voló irrespetuosamente y se posó en mis labios abiertos, luego sobre mi afilada nariz, donde comenzó a frotarse las patas, divertida, sin que aquel Ennis del Mar hiciera el menor gesto por quitársela de encima.

 

   “No hay duda, estoy bien muerto”, me dije sin pasión, sin interés; sin embargo, una poderosa oleada de autocompasión se hizo presente, de forma avasalladora. Allí estaba yo, muerto, solo y abandonado a merced de los insectos. ¿Cuánto tiempo llevaba allí, así? ¿Es qué nadie me había echado de menos en la taberna o en el viejo rancho? ¿Ni siquiera mi hija Alma? ¿Se iba a convertir el maldito trailer en mi gran ataúd metálico por los siglos de los siglos? Y de pronto sentí miedo, ¿y si debía quedarme allí, mirándome abandonado para siempre en ese trailer cerrado… como un castigo? Porque así había vivido mi vida durante las últimas décadas. Solo, siempre solo, sin que me importara nadie más, encerrado en mí mismo con la única compañía de mis recuerdos, unos pocos alegres, muchos no. Viví encerrado dentro de mi dolor, mi tristeza, mis nostalgias por todo el tiempo que perdí durante los mejores veinte años de mi vida. Mi Dios, ¿esta sería mi penitencia por haberme alejado de todos, aún de mi pequeña Alma y de Francine? ¿O era mi castigo por haberlo amado tanto a él, por haberme muerto con él ese día en ese camino?

 

   “Que final tan triste, Ennis del Mar. Ni siquiera al final supiste morir con algo de dignidad. Dejaste que toda tu vida pasara y no enmendaste tus errores. No supiste buscarlo y decirle que lo amabas. No te disculpaste con Alma, la que fue tu mujer. No les dijiste a tus hijas cuánto las querías, aunque no pudiste amarlas más o ser un buen abuelo, o uno más feliz, porque estabas triste porque él murió un día en un camino, y estaba solo cuando pasó. No le dije a mi gente que no pude vivir, que no tenía fuerzas para seguir, porque sólo podía llorar al que se fue. Se te fue la vida y no hiciste nada por pactar con el dolor, con la soledad, con la vida. Pudiste seguir queriéndolo, llamándolo cada noche, mojando con tu llanto de viejo tonto y ridículo tu almohada, agradeciéndole a su recuerdo el materializarse como una sombra en los rincones, pero también disfrutar de tu familia, de tus nietos. Pero ahora es tarde”.

 

   Esta vez no lloré como un momento antes, tan sólo volví a cerrar los ojos y me pregunte: “¿ahora qué? ¿Debo sentarme y ver pasar la eternidad? ¿Es mi castigo, Dios, por todo lo que lo quise? ¿Ahora debo pagar todavía más por aquel pecado infame? Sí es así, perdóname, Señor, pero tampoco Tú me la hiciste nunca fácil. ¿Puedo pensar en los tiempos felices a su lado, Señor? ¿Me quedarán esos recuerdos por lo menos?”

 

   Descubrí, en ese instante, que el tiempo no transcurre igual cuando uno está muerto, porque aunque me había parecido sólo un parpadeo, de pronto la mortecina luz que entraba por el ventanal había desaparecido. Todo estaba a oscuras, había anochecido. Me pareció mejor, la cruda realidad se difuminaba en sombras difíciles de reconocer, y una suave luz plateada que supuse provenía de la Luna hacía parecer todo más hermoso.

 

   -Sal fuera, Ennis del Mar. –me sobresaltó un susurro que venía de mi interior, pero también parecía provenir de todas partes. Por un momento pensé que era mi propia voz, aunque no lo creí del todo, porque el tono era mucho más amable y amigable del que suelo emplear conmigo mismo.

 

   Creí percibir un poco de cariño y afecto en aquellas palabras, como si alguien muy bondadoso comprendiese en toda su extensión mi agonía, y mi temor ante un castigo más allá de mi muerte. Esa voz parecía indicarme que era el momento al fin de curar tantas heridas, de encontrar paz, de descansar. Me fue imposible negarme a obedecer aquella suave orden y casi sin mover los pies llegué hasta la puerta, la abría sin ruido y salí al exterior.

 

   “Ay, Dios, yo conozco este lugar”, pensé. El suave aroma de los pinos y el aire fresco de la noche golpearon mi rostro de una forma tan real que me resultó difícil aceptar que realmente estaba muerto.

 

   -¿Ves la luz, Ennis? Camina hacia la luz.

 

   “Mierda”, pensé. “¿Así que todo es así, como lo describen en los programas de la tele? ¿Algunos recuerdos del pasado, un túnel oscuro y un viaje siguiendo la luz? No, coño, no quiero ir hacia la puta luz. No quiero encontrarme con Dios. ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Pretende que le confiese mis culpas, mis pecados? ¿No los conoce ya? ¿Qué quiere que diga? ¿Qué pida perdón por aquel a quien amé tanto, o que le de las gracias por este amor, o quiere decirme que todo fue sólo mi culpa? Si le pregunto por su muerte, ¿me dirá por qué coño tuvo que irse así, dejándome atrás para llorarlo cada noche? No, no quiero decirle nada. No quiero asistir a mi juicio; no será justo, Dios no fue justo nunca conmigo. Debo alejarme de aquí. Debo alejarme de la maldita luz”. Todo eso lo pensé con miedo, con rabia, con otro temor aleteando en mi mente: “¿y si en la luz están mamá y papá y me preguntaban qué cochinada hice de mi vida?” Hubo un largo silencio.

 

   -Joder, hijo de puta, camina hacia la luz. –rugio una voz, una con un tono nuevo, uno diferente, pero familiar. La verdad y la comprensión por fin estallaron en mi cabeza, y fue como una explosión de luz blanca y pura.

 

   -No… no puede ser… -fue todo lo que pude susurrar.

 

   Con la respiración agitada, busqué. Miré de un lado a otro hasta encontrarlo: un tenue resplandor anaranjado entre las ramas de los árboles. ¡La luz! Y eché a correr hacia ella como un loco, con miedo de estarme engañando, con miedo de que fuera sólo otra ilusión, una prueba más. El corazón lo tenía en la garganta, impidiéndome respirar, palpitando con fuerza, y las lágrimas, otra vez las malditas lágrimas, me corrían a mares por las mejillas, mientras gimoteaba como un niño que sale de un bosque oscuro donde se creía perdido y condenado para siempre y de pronto ve una vereda y al final de ella a una persona amada esperando, llamándolo a la vida nuevamente. La amargura de tantos años, las penas, las noches de desvelo viendo pasar los fantasmas parecían irse diluyendo, quedando atrás, se me olvidaban. Salí a un claro y me detuve en seco, sin aliento.

 

   Vi una tosca construcción tipo un techo sobre cuatro maderos que servían de pilares, donde dos caballos parecían dormitar sobre el heno. Vi una rústica cabaña levantada en medio del claro. Frente a la vivienda había una hoguera que chisporreaba con fuerza. Y allí estaba alguien agachado metiendo leña al fuego, un carajo de espaldas anchas, de camisa azul, con un sombrero tejano. Sentí temblores por todo mi cuerpo porque yo conocía bien aquellos hombros que había tocado a placer, reconocía el lustroso cabello negro que asomaba bajo el sombrero, en una nuca en la que había enterrado mi rostro muchas noches al dormir, en otra vida. Ese sujeto se volvió y vi unos ojos que iluminaron la noche toda y que me miraban con franca sorpresa, con alegría intensa.

 

   -Por fin has legado, Ennis del Mar. Ya tenía el culo helado de tanto esperar por ti, vaquero. –sonrió, poniéndose de pie. Joven como lo fue cuando lo conocí. Magnífico como lo fue siempre en mis recuerdos.

 

   -¡Jack…! Puto Jack Twist… -sólo pude gruñir, corriendo hacia él, con la mirada difusa otra vez, bañando el camino con mis lágrimas.

 

   Lo abracé con fuerza, como jamás creí que podría abrazarlo otra vez. Mis brazos rodearon sus costados, mis manos atraparon su espalda y lo atraje. Nuestras frentes chocaron mientras decíamos mil vainas, y reíamos, y llorábamos. Ahora podía llorar ante él, ya no había miedo, ni al mundo, ni a mí mismo. Enterré mi cara en su hombro, en su cuello, y lloré todavía más, abrazándolo con desesperación, sintiendo su calor, su fuerza. Era el viejo aroma, el aroma que a veces me parecía imaginado y que me esforzaba por recordar. Pero no, era su olor, mis labios podían percibir su sabor. Dios mío, ¡era el Cielo!, ¡estaba en el Cielo! Dios había permitido que llegara, me habían franqueado la entrada. Estaba allí…

 

   Y nuevamente me asusté, porque sentí como Jack se movía y temí que se alejara, pero no, sólo buscaba mi boca con la suya. Boca a cuyo encuentro corrí, hundiéndome en ella, sin aliento, sin fuerzas, pero sintiéndome vivo y poderoso al mismo tiempo; notando mis carnes dura, la piel caliente, las ganas a flor de piel. Y entre besos mordelones, miradas y caricias, choques de frentes, narices y de manos que tocaban, Jack me fue contando su historia, y fui enamorándome todavía más, maravillándome de que tal cosa fuera posible; pero claro, ¡estaba el Cielo…!

 

   Él se había estado preparando desde cierto tiempo atrás para mi llegada, sabía que pronto estaría ahí y quería estar listo. Estuvo dormido, no recordaba más, despertó y encontró ese paraje hermoso. Y algo le dijo que debía construir un hogar. Desde ese día se dedicó a eso, a nuestra casa, una cabaña humilde pero cómoda, con una chimenea y un gran mueble acogedor, al frente. En los estantes de la cocina no había frijoles. Un solo dormitorio fue levantado, con una gran cama, solo una, donde dos personas podían descansar, pero sobretodo buscar compañía, amor y satisfacción. Era una cama donde yo podría dormir abrazado a él durante toda la eternidad, oliéndolo, tocándolo, besándolo, y cada día sería como el anterior, sin cambios, sin sorpresas, sin sobresaltos, quietos en la tierra de no pasa nada, y el Paraíso duraría para siempre. Los dos caballos habían pasado por ahí, y ahí se quedaron, y él les hizo un cobertizo primitivo, con heno, agua y todo. La cabaña estaba cerca de un cristalino y ancho arroyo, que cantarino, se mostraba lleno de truchas. Había árboles y montañas, coyotes y búhos, praderas, flores y cielos azules e inmensos, pero no hacía frío. Esta vez sin frío, por fin un lugar cálido para vivir juntos.

 

   -La espera ha sido larga, vaquero, pero ha valido la pena. –me dijo al final, mirándome con sus ojos grandes, llenos de amor, de picardía, de deseos.- Ven, Ennis, dame esos besos con los que tanto hemos soñado. Tócame como le has pedido al Cielo poder hacer cada noche desde que me fui. Estoy aquí, Ennis, soy yo, tu Jack, el puto Jack Twist…

 

Julio César.

……….

   La historia termina casi con una posdata del autor, y una exhortación final que habla del gran cariño que también él siente por los dos hombres de la historia; aquí la transcribo literalmente: No sé si Dios me fulminará con un rayo divino por esta imagen del Paraíso, porque en este punto en el que acaba el cuento Ennis y Jack están a punto de hacer el amor frente a ese fuego. Pero sí creo que Dios representa precisamente ese Amor, debo creer que todo ocurre de este modo, y que los dos vaqueros al fin juntos se aman por toda una eternidad (o dos, porque tratándose de Amor con mayúscula a veces una eternidad no es suficiente), de manera que… Que Dios los bendiga por siempre…

 

NOTA: Esta adaptación la hice en mi otro blog el año pasado, mucho antes del mal momento de la muerte del chico australiano. Este cuento me gusta, como me gustan CABALGATA, FRONTERAS, ANTES DE LA DESPEDIDA Y UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUÉS, pero ahora me parece más intenso. Debe ser por su partida.

SALUDOS, SEÑORES DE BLOGIA

SALUDOS, SEÑORES DE BLOGIA

   Me despido a la llanera…

 

   Quiero agradecerles el haberme prestado este espacio, realmente tienen un buen sistema, subir una imagen y publicar un texto es la mar de fácil con ustedes. Revisé poco sobre portadas, estilos y eso, me gustó el que salió cuando lo inicié y con ese me quedé. En verdad me agrada la forma en que es posible crear las entradas, la sencillez hecha regla, por eso me deprime un poco tener que retirarme.

 

   Como en una tensa relación debo decir: no son ustedes, soy yo. No cuento con mucho tiempo para nada en estos días. Pensé, al iniciarlo, darle chance y espacio para que se desarrollara, pero no cuento con la tenacidad actualmente. Tengo algunas cosas que decir y creo que las condensaré en mis otros dos espacios donde sé que hay personas que entran y leen. Lo sé porque en uno recibo comentarios, muchos de gente que se molesta conmigo; el otro porque tiene un contador que lo primero que hace cuando abro la página es decirme cuántos han pasado por ahí desde la última vez.

 

   Con este espacio no estoy seguro de no estar perdiendo el tiempo; sé, porque el ciberespacio es basto, que muchos blogs no son vistos jamás, y es lógico, es una cuestión del número de ‘escritores’ vs el de personas que se interesan por un tema en especifico, por eso creo que voy a salir de este, así puedo dedicarle tiempo a los otros. Pero en verdad, gracias por todo,

 

Julio César Quevedo.

COMPARTIENDO EL VIAJE

COMPARTIENDO EL VIAJE

   Ay, estas colegialas…

 

   Despertar temprano no era un problema ya, ni un sacrificio. Su madre, intrigada, notaba que más bien parecía feliz. Ya nada le molestaba: ir hasta el terminal, la cola esperando la llegada de un bus, el recorrido lento y frustrante. Nada de eso ocupaba ya su mente desde hace aproximadamente dos semanas. ¡Fue cuando ella apareció! No se había fijado antes, tal vez siempre estuvo allí, pero la molestia del viaje, esperar, discutir con gente que pensaba que no debía formarse como los otros pero si tenían derecho a subir a las unidades de transporte, era agotador. Y amargaba. Mal encaraba a todo el mundo bien temprano. Pero dos semanas atrás esa joven belleza había hecho acto de presencia en su campo visual; entró, con su pequeño bolso, su blusa estampada que parecía algo maternal, pero era moda, que dejaba al descubierto sus hombros bronceados, algo pecosos, insinuando unos senos jóvenes y redondos. Con sus cuadernos bajo el brazo, su cabello castaño largo y leonino sobre su rostro y hombros, como enrollado en mil rizos. Su carita tenía forma de corazón, sus ojos se veían castaños amarillentos tras unos entecitos redondos, blancos y sin monturas, que le hacían verse aplicada. La eterna estudiante de todas las mañanas.

 

   Ese día había buscado un asiento vacío, y notó el que estaba a su lado. Sus ojos parecieron sonreírle dándole los buenos días y algo truculenta cayó soltando un suspiro, como todo el mundo, de alivio al encontrar un puesto, por lograr subir de una vez y por ponerse en marcha a su destino. La universidad, seguramente. Nada se dijeron. Sólo fue conciente de que ella se movía levemente, de que su codo rozaba su costado, de que por momentos caía en su muslo, fugazmente mientras respondía un mensajito telefónico o buscaba alguna libreta de apuntes. Olía a flores, a talco, a cabellera limpia. Y su cuerpo era tibio, de un tibio que le pareció sensual. No pudo evitar aún esa primera vez, erizarse, sintiendo la sangre correr con fuerza por sus venas. Tuvo que tragar por un momento, desviando el rostro, para calmarse. Su corazón insistía en latir con rudeza.

 

   Desde esa primera vez, tal vez porque al verla subir se encogía un poco más en su asiento, haciéndole más espacio, ella iba directamente hacia allí, una leve y distante sonrisa era el preámbulo para que tomara asiento. A veces la joven leía, ceñuda, casi todo el trayecto. Tal vez preparándose para un examen. Otras veces dormitaba con rostro sereno. Era cuando podía mirarla, despejada, descansada. Se veía fresca y… pura. Y el deseo de recorrer esas mejillas con sus manos era horrible. Debía volverse hacia a ventanilla, siempre con el temor de verse en el predicamento de notar que alguien miraba en ese momento en su dirección. Temía no poder disimular que deseaba tocarla, hablarle, mirarla. Cierra los ojos e imagina acercar su rostro a ella, percibir su aliento tibio, con la mirada fija en esos labios de fresas. Y rozarlos con los suyos, suavemente, una y otra vez, hasta que estos respondieran abriéndose un poco, momento cuando podría atraparlos sin disimulos, sin engaños. Y sumergirse en ella, besándola de forma loca, apasionada, aleteando su lengua, atrapándola por la cintura, alzándola, abrazándola. Hasta que, en sus sueños, la chica gemía, despertando, correspondiendo a la pasión que había en su mirada, entregándose también.

 

   Eso le robaba el sueño de noche. En su trabajo, mientras otros le hablaban, y las muchachas le bromeaban diciéndole que olía a amor en el aire, sólo podía recordarla, recreándola, una y otra vez. ¿Quién sería? Parecía una gran chica, alguien alegre, inteligente y responsable. Seguramente era una gran amiga, una buena hija… Sintiéndose torpe, sonreía, sabiendo que la adorna, pero no le importa, porque allí, donde nadie más puede mirar, lo que le gusta es imaginarla como amante, atrapándola entre sus brazos, recorriéndole la cintura con sus manos, subiendo y subiendo por ese torso de niña mujer, sintiéndola temblar y estremecerse. Y sus bocas siempre unidas, sin soltarse, amándose ya.

 

   Hace tres días, después de un largo fin de semana que fue enloquecedor (porque no la vio), la chica apareció, viéndose distante, soñadora. Y sintió celos. ¿Pensaba o recordaba a algún enamorado, alguien que la amaba con su misma intensidad? ¿Amor? Por Dios, ¡estaba enloqueciendo!, se dijo, pero eso era irrelevante. El caso fue que ese día, tres días antes, ella se adormiló casi en seguida. Y poco a poco su cabecita fue rodando hasta chocar de su hombro, provocándole un corrientazo, una emoción intensa, poderosa y terrible. Al caer, ella había reculado enderezándose, pero volvió a rodar, y deseó que se quedara así, quieta. Y así fue. Al principio parecía tensa, luego fue relajándose en ese punto de apoyo. Durmiendo. Y mirándola de reojo le pareció que sonreía leve. Con disimulo acercó un poco su rostro, como si también durmiera y aspiró el olor de sus cabellos. Era embriagador, tanto que temió que los sonidos de su corazón la despertaran. Qué tortura, qué agonía, qué maravillosa era toda aquella locura.

 

   Sin moverse, sin respirar, hizo todo el trayecto entre temblores y calorones. No deseaba que llegaran jamás. Pero llegaron. La joven despertó, y fingió dormir. La sintió acomodarse, y casi le pareció una caricia física la mirada que la chica le lanzó, tal vez para cerciorarse de que dormía y no notó que ella iba recostada. Ese día se dijo que debía hablarle, intentar saber quién era, o enloquecería. Pero tres días más tarde continuaba en las mismas, en total quietud en su lado del asiento, aunque asegurándose, montando su carpeta en el otro puesto mientras la gente subía, que ese espacio siguiera libre. La miraba subir, y la joven ya no buscaba, podía haber muchos asientos libres antes, pero ella siempre iba en su dirección y tomaba asiento. Sin embargo, todo cambió esa mañana cuando llegaron a su destino, después de que dormitaron cómodamente a dúo, sin sueños, sin sobresaltos, despertando con una sensación de bienestar compartido.

 

   -Fue corto el viaje hoy, ¿verdad? Dormí rico. –la sorprendido ella, hablándole, desperezando su cuerpo.- Hola, me llamo Jenny… -le sonrió. ¡Jenny!, que nombre tan bello, se dijo.

 

   -Mucho gusto, yo me llamo Matilde. –le respondió la otra, viéndose hermosa con sus mejillas enrojecidas y los ojos brillantes como estrellas en un cielo abierto al anochecer.

 

Julio César.

AL SOL ES PEOR…

AL SOL ES PEOR…

   Dulces privilegios…

 

   La hermosa mujer, en su atrevido traje de baño, pensaba que su acompañante aún se veía muy pálido. Él parecía distante, notando a un grupito que los mira.

 

   -Estúpidos muchachos, desearía que dejaran de mirarte de esa forma. Es obsceno. –suena el malestar en su voz.- Están devorándote con los ojos.

 

   -No te alteres, no están molestándome.

 

   -¡A mí sí! Seguro que están deseando que un rayo me fulminara y ocupar cada uno de ellos mi lugar junto a ti.

 

   -No exageres. Seguro te miran es a ti. Parecen algo… excitados.

 

   -¡No! Es a ti a quien miran así esos muchachos babosos, Jake. Tú lo sabes, aquí, en la piscina, en el restaurante. –recalca ella, exasperada.

 

Julio César.

SOL…

SOL…

   El calor está llegando a niveles realmente preocupantes, más en un país como Venezuela donde se sostiene que el setenta por ciento de la población adulta sufre de la llamada tensión alta, incluido este servidor; por no hablar de los problemas reales que esto conlleva bajo el renglón “calentamiento global”, cosa que influye en sequías, mareas, tornados y ciclones, y derretimiento de casquetes polares. Nuestro Pico Bolívar corre el riesgo de perder sus nieves eternas. Salir a la calle es someterse a una tortura, personalmente sudo como vela barata que está derritiéndose. No sé si serán ideas mías, pero las mujeres como que no sudan, más allá de una leve capa de transpiración que las cubre en ciertos momentos. El sol, como bola de fuego en los cielos, casi parece distorsionar la visión sobre Caracas.

 

   Y sin embargo, me encanta. Hace una semana bajé con unos amigos hasta Tacarigua de la Laguna, a Los Canales. Me gusta ese lugar. En la zona de Higuerote hay demasiadas construcciones, en La Guaira mucha gente. No estaba yo muy convencido del viaje porque el calor era asfixiante, la mar estaba revuelta (todos hablan de coletazos de tormentas), y dos de mis amigos andaban medio peleados entre ellos. El sol, como era de esperar, estaba implacable, mirar a lo largo de la playa costaba. La arena quemaba, había que usar cholas o chancletas de goma para caminar sobre ella. Pero la mar estaba bien, ni fría ni caliente, y sí, estaba algo picada. En cuanto me senté en la arena, tomando mis dos primeras cervezas, la primera ni la saboree dado el calor y la sed, la segunda fue mejor, mi ánimo mejoró.

 

   Quitarme la camisa y sentir el sol sobre mi piel, fue duro al principio (jamás pienso en melanomas ni nada de eso), pero a medida que calentaba me sentía bien. Vivo en traje y corbata, metido en una oficina sin ventanas, con aire acondicionado, con una lámpara encendida todo el día, y sentir esa brisa seca y salina, ese sol calentándome, se sintió bien. Provocaba como tenderse, quedarse quieto y sentirlo, quemando, confortando. Entrar al agua, caliente como estaba mi piel, fue muy agradable. Flotar, dejarse llevar, sumergirse y emerger chorreando agua, era grato. Y cerrar los ojos, sintiéndose bailoteado por el agua, con esta hasta el cuello, era maravilloso. Había olvidado el calor, la incomodidad, las arrecheras cotidianas. Había algo más que tranquilidad, me sentía totalmente confortado. La naturaleza, en verdad, nos brinda siempre esos momentos de relax, de escape, de paz. Diría que de dicha; en esos momentos me sentía en equilibrio con el mundo, feliz.

 

   Dos horas más tarde bebíamos animadamente, hablando mil tonterías, olvidado todo resquemor inicial. Me sentí bien, allí estábamos, ninguno de nosotros era un muchacho, todos por encima de treinta y cinco, hablando, riendo, criticando a la Vinotinto, que, ironías de la vida, siendo un equipo de fútbol, no daba pie con bola; maravillados ante el Kid Rodríguez y el Toro Sambrano, nuestros muchachotes que brillaban en las grandes ligas para admiración del mundo; hablamos de la pava macha de Johán Santana desde que se retrató con Chávez (y alguien recordó que este también empavó al Sammy Sosa, cuando le manoseó el bate), y, claro, hablamos mal del Gobierno; pero todo amenizado con risas, chistes, empujones, los infaltables agarrones. Sentadote sobre la arena, sintiéndola caliente bajo mí, con las piernas extendidas, los brazos igual, apoyados hacia atrás, aún podía sentir la intensidad de esos rayos de ese sol que descendía y parecía curar todo pesar. Sí, fue muy grato.

 

Julio César.

LA OCASIÓN

LA  OCASIÓN

   -Ay, Gregorio, ¿cómo le digo a Sebastián que no podemos quedarnos? Debo regresar a Caracas. –informa la joven a su hermano, mientras miran caminando adelante al indolente joven. Gregorio lo mira mucho, pensando que se ‘veía’ bien buena gente el cuñadito.- Él había planeado un gran fin de semana, con tremenduras y todo; imagínate que se compro un bikinicito mínimo porque lo reté a usarlo en la piscina. ¡Dios, mira la hora! Me tengo que ir ya.

 

    -¿Sí? Bueno, si quieres ve yéndote y yo le digo.

 

   -Ay, sí, gracias hermanito. Díselo poco a poco, bríndale una cerveza. –gimotea ella, besándolo y escapando sin que Sebastián lo note hasta que va lejos.

 

   -¡Oye, ¿y tu hermana?!

 

   -Fue a comprar algo; me dijo que la esperáramos en la piscina, y que recuerdes que le debes cumplir un reto, no sé a qué se refería. –informa sonriendo de la manera más inocente, pesando que al muchacho seguro le haría falta que le aplicaran algo de protector solar.

 

Julio César.

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES… (2)

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES… (2)

   Ahora volvemos con una historia sobre Ennis del Mar, a quien habíamos dejado recordando el momento exacto cuando conoció a su nuevo amor, Ed. Para mí, la cosa es hasta anatema. Él no tenía ningún derecho a olvidar a Jack Twist, pero digamos en beneficio de otros, que si; bueno, qué se le hace. Pero esta es sólo una trama marginal.

 

   La historia de esos dos, Ennis y Jack, sí era definitivamente una historia de amor. Supongamos que no el primer encuentro cuando Jack decide mandarlo todo al diablo y aproximarse a ese carajo tosco y hermoso que estaba a su lado, enloqueciéndolo, y se entrega a él, necesitándolo, deseándolo tanto, lleno de ganas porque el otro fuera su hombre. Acordemos que hasta ese momento la cosa había sido carne, lujuria, el deseo de dos jóvenes calientes que deseban sexo, dándose latazos y frotes. Pero una vez que Ennis decide que todo eso, toda esa locura de los sentidos, no volverá a ocurrir porque no es ningún marica y todo eso para él había sido un feo trauma que lo enfrentaba a todo lo que era y deseaba ser, pero obligado por algo más fuerte que él mismo a regresar esa noche a la tienda donde un Jack “con el joven torso desnudo y los ojos llenos de estrellas”, lo espera, y cada uno constata en la mirada del otro la intensidad de lo que sienten, allí la cosa cambia.

 

   Aún el escéptico más grande al respecto no puede encontrar otra explicación como no sea un ataque de pánico y desesperación, la agresión de la que Ennis hace víctima a Jack cuando están a punto de bajar de la montaña. Era la única forma en que ese hombre cerrado en sí mismo podía dejar salir lo que sentía, la rabia, la impotencia y desesperación al ver que la estación terminaba y Jack se iría de su vida y no había forma de detener nada de eso; o como la escena que sigue al enfrentamiento con Alma cuando ella le grita que sabía de todas sus cochinadas con el tal Jack, y sale tan mal que ataca y golpea al tipo del camión, buscando al mismo tiempo ser agredido, tal vez castigado por sus ‘pecados’. Ennis era complejo, amaba a Jack pero no podía permitirse amarlo, por lo que condenaba a todo el mundo a la infelicidad: a Alma, sus hijas, a Jack y hasta la mujer de Jack.

 

   Pero, a pesar del rechazo a los sentimientos y a lo que se es, Ennis del Mar no puede dejar de pensar en Jack Twist, de extrañarlo, de añorarlo, entendiendo que su vida vacía, sin felicidad, sin ternura, era así porque el otro no estaba a su lado. Es por ello la escena del reencuentro, de los besos imprudentes a los pies de unas escaleras, o la ida al motel, o los celos terribles que hacen que Ennis casi amenace de muerte a Jack si sabe que va a México a entregarse a otros hombres. Para mucha gente eso puede parecer ridículo, o idiota. La idea de una necesidad tan grande, de una añoranza por un cuerpo, una boca, unos brazos y unos besos que ni el tiempo ni la distancia pueden apagar, o el que se viva soñando con eso todo el tiempo sin poder sentirse jamás feliz, o tranquilo, puede parecer algo tonto a demasiados. Muchas personas parecen encontrar alivio o una razón de ser en cada encuentro fortuito, en algo rápido e indoloro.

 

   Pero tal vez para otros no sea así, hay quienes aman de tal manera que a veces asustan. Tal vez para algunos no baste con cualquiera, no puede ser este o aquel, sino esa persona en especial, a la que ‘miran’ en cada rincón sin que esté, a veces como una sombra vaga captada por el rabillo del ojo que acelera el corazón y luego lo deja dolido al ver que todo era una ilusión. Tal vez por eso hay personas que sin ninguna razón aparente, ni ningún motivo para rechazar, dicen no. U otros, que en la soledad e intimidad de sus casas, sencillamente deciden que ya no pueden continuar, que ya no pueden soportar un día más en esa forma, y toman resoluciones mortales; y luego todos se preguntan por qué hizo eso. Creo que la cantante mexicana Amanda Miguel, tenía una canción que hablaba de eso: ella no salía con cualquiera, cualquiera no la hacía feliz, ella quería esperar la primavera. Tal vez Ennis del Mar, y el mismo Jack, eran de ese tipo. Me gusta creer que realmente hay personas así…

UN DÍA, MUCHOS AÑOS DESPUES DE BROKEBACK MOUNTAIN…

   Dime Heath, ¿dónde está tu amigo del alma…?

   Mientras arrancaba la furgoneta, alejándose de la cabaña, Ennis se pregunta por qué tantos recuerdos juntos esa mañana, después de todo sólo una más de tantas que ha tenido durante muchos años. De tarde en tarde recordaba algo del pasado pero nunca todo de golpe. Su mirada, bajo el sombrero, se eleva y mira el firmamento a través del parabrisas, suavizándose un poco.

    “Es por el cielo. Es por este cielo con el color de los ojos de Jack Twist”. Y pensar en él le eriza la piel una vez más. “Jack, si yo hubiera sido un hombre de verdad con el valor para enfrentar mi vida, quizás hubiera sido tu imagen, amable y amada, siempre con esa tristeza suave en tus ojos cuando yo partía, y no la de Ed la que habría visto despidiéndome con un gesto por el espejo retrovisor”, reconoce, sintiendo como el corazón se le encoge en el pecho. Pensar en Jack y en Ed, lo lastimaba, cuestión que siempre ha estado allí, latente. El dolor que había sentido por la muerte de Jack, algo que pensó que lo enloquecería de tanto sufrimiento y que finalmente lo mataría también, por su ida definitiva (nunca como en ese momento entendió lo terrible que era la muerte), se había mitigado un poco con los años y la llegada de Ed, que lo había cubierto con su entrega y cariño, tanto que en determinados momentos podía olvidar la herida, o que Jack alguna vez había estado ahí.

 

   “Pero basta sólo con un cielo azul y claro como el de hoy para que vuelva a ver sus ojos grandes y su sonrisa traviesa, fanfarrona, alegre y hermosa, como lo vi el primer día que le conocí, cuando tuve que bajar la mirada ante su presencia, porque sentí que se me ponía roja la cara, la piel se me erizó y me costaba respirar, y temí que él lo notara. El momento más extraño de mi vida hasta ese instante. Cómo me asusté cuando lo miré”. Ahora una imagen copaba totalmente su mente y sus recuerdos: Jack agotado frente a un fuego casi apagado. Y el tiempo desapareció, Ennis lo sintió en la piel, todos esos años no habían transcurrido, porque ahora, muchos años después, pudo volver a sentir contra sí ese cuerpo fuerte, joven y amado, que él había abrazado y acunado desde atrás; podía percibir otra vez el suave aroma a hombre saludable y aseado que le llenó las fosas nasales al apoyar la nariz en su nuca que se erizó levemente ante su contacto, su piel siempre respondía a sus toques, a su proximidad, y era otra cosa que le encantaba de Jack Twist, por lo que tuvo que soltar un rápido y leve beso en esa piel tibia y amada, antes de susurrarle: “Eh, amigo… te duermes de pie como los caballos…”. Ahora, años después, Ennis nota como su mirada se nublaba… ¡Justo antes del accidente!

 

   El súbito estallido lo regresó a la realidad, pero de un modo extraño, uno que le hizo entender que tal vez una vieja conocida había venido por él al fin, y tal vez sería bienvenida. Todo parecía desplazarse en cámara lenta. Entendió que un neumático había estallado y que ya no tenía control sobre la furgoneta que había comenzado a derrapar. Y con un escalofrío, sintiéndose algo culpable, supo que ya no estaba sólo.

 

   -Cuidado, vaquero. –parecía vibrar una advertencia en la cálida voz.

 

   -¡Jack!

 

   -¿A quién esperabas en este momento, Ennis?

 

   Ennis miró. Sentado a su derecha estaba él, con su camisa azul preferida, con su sombrero negro de ala ancha, con su mirada hermosa y su sonrisa de siempre; joven y fuerte, como lo vio un día a la entrada del trailer de un carajo al que ya no recordaba, al pie de Brokeback Mountain. El hombre hundió el pie en el freno sin ningún resultado sobre el vehiculo que derrapaba más y más hacia el abismo.

 

   -¡Jack! –lo miró suplicante, como asustado, y el otro lo miró largamente.

 

   -¿Pasa algo, Ennis? Creí que estabas listo…

 

   -Así no, Jack. –casi gimoteó en voz alta, y todo se detuvo en seco: el giro enloquecido que describían, el polvo en el aire, el paisaje rodando a su alrededor, todo paró en el acto. Tragando saliva se volvió hacia Jack, y pronunció palabras que lo sorprendieron mientras iban saliendo de su boca, como si fueran algo ajeno a él.- Ahora no, Jack… -repitió.

 

   -¿Pasa algo, vaquero?

 

   -No puedo irme así, Jack… Quiero despedirme antes de Ed; quiero poder decirle adiós y que lo extrañaré, decirle que el tiempo juntos fue bueno, y agradecérselo. No quiero que él pase y viva, lo que pasé y viví yo cuando te fuiste, sin que pudiera verte antes. –le dolía decir eso, por lo que le extrañó notar ensancharse la sonrisa de Jack, quien miraba hacia arriba por el parabrisas.

 

   -Eso no depende de mí, Ennis. Nunca ha dependido de mí. Es sólo la fuerza de tu amor, de tu dolor, de tus recuerdos y nostalgias lo que me retiene aquí, lo que me hace aparecer de vez en cuando… y no deja que yo parta a otro lugar. –lo dice y parece escrutar el cielo en busca de una señal, tal vez de ese ‘lugar’.

 

   -De mi amor y del tuyo, ¿cierto, Jack? Porque tú me… amabas, ¿verdad, Jack? –suena preocupado, como el niño que espera ver en los ojos de su padre, viejo y cansado después de toda una vida de contacto seco y distante, la aprobación y el afecto. Jack lo mira largamente a los ojos.

 

   -Mi amor por ti nunca estuvo en discusión, Ennis del Mar. De mi devoción por ti nunca has podido dudar, tan sólo quizás del tuyo. –callan y se miran.- ¿Vas a hacerlo ahora? Yo sigo esperando, estoy aquí esperando por ti… -y el viejo dolor que lo había acompañado toda su vida, le golpeó de nuevo el pecho a Ennis del Mar. ¡Una salida, había una salida!, Jack le hablaba de un lugar, de un paso, de ir a otro sitio, un punto donde estarían juntos, pero aún así tuvo que responder.

 

   -Quiero a Ed, sin él no habría encontrado fuerzas para continuar viviendo. Me gustaría… -y la mirada se le nubla, y le duele detectar tristeza en Jack; porque sabía que era por su culpa, aún después de tantos años seguía lastimándolo.

 

   -¿…Poder decirle lo que sientes? –terminó por él, y la sombra oscura de dolor que cruzó su azulada mirada hizo que Ennis se deshiciera en lágrimas.- Entiendo, es importante oírlo decir… -remachó con voz queda.

 

   Ennis cerró los ojos incapaz de soportar continuar mirándolo, arrasado por el arrepentimiento y la culpa. Cuántas veces esas palabras no pronunciadas habían abrazado su boca y garganta como el trago más amargo (te amor, Jack Twist) al tenerlo entre sus brazos, a la luz de las estrellas. Habría sido tan fácil decírselo mientras él reposaba contra su pecho, hablando soñadora y alegremente de comprar un rancho, algo para los dos, donde estarían juntos y serían felices. Cuántas veces no se mordió los labios hasta sangrar al ver partir a Jack en una de mil despedidas, con esa luz que brillaba en sus ojos, luz de espera, de esperanza por oírle decir (te amo, Jack Twist) algo. Soltando una mano del volante, Ennis la lleva a su rostro, intentando sofocar el llanto que subía por su garganta y lo ahogaba, uno que era bilioso, el sabor de la culpa.

 

   -Perdóname, Jack, perdóname mi dulce Jack Twist… -gimoteó incontrolable, al tiempo que sintió sobre su hombro la cálida, fuerte y joven mano del otro que lo zarandeaba un poco, con aire animoso.- Perdóname por todas esas despedidas áridas, por todas las cosas que no te dije y que merecías oír. Perdóname por no decirte cuan feliz, vivo y dichoso me hiciste en esos días que…

 

   -Joder, Ennis del Mar, toma el volante, ¿o es que quieres matarte?

 

   Y sin más, se vio haciendo girar noventa grados el vehiculo, hasta detenerlo a un par de metros del precipicio. Aún lloraba cuando apagó el motor y apoyó la frente sobre el volante, y no necesitó mirar a su lado para saber que estaba solo otra vez, y eso también dolía. Jack había hecho su parte, y se iba, como el dulce ángel de la guarda en que se había convertido, quisiera o no, desde que él se aferraba a su recuerdo de forma desesperada y desolada, temeroso de olvidar algo de su cara, de su risa, de su ternura y que el recuerdo desapareciera finalmente en la nada, eso, lo único real que un día lo hizo sentir y vivir. Jack había cumplido y se marchaba, y al hombre le asustaba eso, ¿por cuánto tiempo se había ido? ¿Por un rato? ¿Volvería mañana cuando lo invocara al despertar, como cada mañana? ¿O estaba dirigiéndose a otro lugar, uno donde siempre había luz, paz, tranquilidad, y se recostaría en el verde pasto, sonriendo dulcemente, mordiendo una brizna de paja, somnoliento, acogido por suaves rayos de sol que no calentarían sino lo justo, disponiéndose a descansar un rato, a esperar, a esperarlo a él hasta el momento en que cayera nuevamente en sus brazos?

 

   Ed acababa de atender a los caballos y salía entrecerrando los ojos por el deslumbrante sol de la mañana cuando vio acercarse la furgoneta de Ennis, renqueando con uno de los neumáticos pinchados. Fue a sonreír y a bromear sobre algo, pero al ver bajar al otro con expresión turbada, sombría, dejó caer lo que tenía en las manos y corrió junto a él. Rozó con sus dedos el rostro ceniciento, y lo encaró preocupado.

 

   -Ennis, ¿qué tienes? ¿Te encuentras bien? –pero por toda respuesta, el otro lo miró en forma desvalida, abrazándolo luego muy fuerte y durante mucho tiempo, hasta que al fin le oyó en un murmullo corto, entrecortado.

 

   -Quería decirte que… -y no puede.

 

   -¿Decirme qué? ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? –y lo miró a los ojos, extrañamente brillantes y húmedos, cuando Ennis se separó un poco de él.

 

   -No es nada malo, sólo que… creo que nunca te he dicho… -y la cara se le contrae en un puchero de vergüenza, de temor a expresar lo que siente.- …cuánto significas para mí. Te quiero mucho, pero no te lo he dicho, ¿verdad? –y calla, notando la sorpresa del otro y como su mirada se ilumina (así habría resplandecido Jack, piensa y le duele, le duele mucho). El otro había enmudecido de emoción, y sólo pudo abrazarlo con más fuerzas, reteniéndolo contra sí, acunándolo.

 

   -No hace falta que digas nada, Ennis. –respondió Ed, al fin.- Hay cosas que se sienten, que se saben, que no hace falta decirlas. Yo lo sé. Sé que me quieres, que me tienes mucho cariño. –termina con voz soñadora, algo hueca.

 

   Luego sintió las lágrimas ardientes de Ennis en su cuello, y no pudo decir nada más. Volvió a abrazarlo con fuerza y los dos estuvieron mucho tiempo así, enlazados, unidos, corazón contra corazón, con la gran extensión de terreno agreste, con la cabaña, la caballeriza y una lejana montaña azulada al fondo, como únicos testigos del cariño de esos dos hombres que habían decidido compartir una vida porque se necesitaban y eran felices estando juntos como no lo habían sido en mucho tiempo, cada uno por su propia historia; aunque sabiendo que sus familias no lo entendían, y que otros los mirarían con repulsa, burla, agresividad o desprecio.

 

   Ed lo abraza y siente un leve deseo de llorar también. De felicidad, de sentir a Ennis así, ese hombre rudo y tosco que una noche lo sedujo con su mirada ardiente, de tortura, sabiendo que escondía un alma hermosa, apasionada. Sin embargo, Ed sabía que Ennis lo ‘quería’, le tenía mucho ‘afecto’ y ‘cariño’, pero amor no se había pronunciado. A él no le importaba, porque nadie podía tener a Ennis del Mar para sí más de lo que él lo sentía ahora. Comprendía que esas lágrimas del otro eran en parte por sus sentimientos hacia él, pero también una tardía confesión de culpa por cosas que no dijo antes. Eran palabras y lágrimas dirigidas a un silente y amable fantasma que a Ed le constaba que existía. El recuerdo de un tal Jack Twist. De tarde en tarde, cuando cenaba con Ennis a la mesa, y hablaban, Ed podía percibir con el rabillo del ojo, algo retirado en la mecedora de la esquina, la presencia del amable espectro que convivía con ellos. “Yo lo amo, Jack”, se había visto obligado a recitar con urgencia más de una noche, cuando al entrar en el dormitorio principal encontraba a Ennis sentado en la cama, con una almohada aferrada contra sí (¿soñando con otro cuerpo?) mirando por la ventana, hacia la lejana montaña, alejado en el tiempo, con los ojos llenos de ayer, brillantes de nostalgia y amor. “Yo también lo amo, Jack. Deja que se quede conmigo un tiempo más, por favor; luego será tuyo, como siempre lo ha sido”.

 

   Ennis gimotea todavía, quieto, recostado del otro, sintiendo su aroma, su calidez. Lo quiere, lo quiere mucho, pero su mente era un caos. “Jack… Jack… ¿estás aquí? No te vayas todavía…”. Y le avergonzaba pensarlo. Nunca estaría seguro de si fue el extraño y cálido viento que se levantó meciendo los viejos árboles, que susurraron a tranquilidad, o una voz en su corazón torturado, pero le pareció oír un timbre amado, lejano: “Deja de llorar, Ennis del Mar. Nunca me dijiste que me amabas, y aunque deseaba oírlo de tarde en tarde, cuando me reflejaba en tus ojos después de beber en tu pasión, siempre lo supe. En el fondo lo sabía. Desde el primer momento, cuando te vi y tú levantaste tu mirada huidiza y la bajaste, en ese momento lo supe, que eras mi dueño y yo el tuyo. Como lo supe ante tu llanto cuando temías que me fuera a México a olvidarte. Lo supe desde el principio y hasta el final; ese día, en esa carretera, mientras me… marchaba, no tuve miedo porque pensaba en ti y sabía de tu amor. Nunca dudé de eso, aunque tú lo hiciste. Todo está bien, ¿ahora quieres hacerme el puto favor de seguir con tu vida un tiempo más? Déjame ir a descansar un rato. Te estaré esperando, de alguna manera sé que sí hay un lugar de miel y frutas, de césped verde y mullido, y cielos altos y hermosos en montañas eternas, donde el tiempo no pasa. Vive un poco más Ennis, yo te espero…”

……….

 

   Bien, fuera de una que otra libertad poética, o literaria, la historia es más o menos como la leí en aquel blog, del que espero alguien sepa cuál es y nos lo haga saber a todos. Realmente disfrutarán leer todas esos relatos como lo hice yo el año pasado.

 

   En cuanto a la historia, creo que debo decir que la gente da demasiadas cosas por sentadas, y eso es arriesgado. Nunca se le dice a la mamá gracias por todo lo que hiciste, por todo lo que te preocupaste, por todo lo que amaste, por tus miedos por mi felicidad. No nos preocupamos a veces de si está triste, o anda molesta, o si se ve infeliz, ni le buscamos una explicación; como si de tonterías de viejas se tratara. Lo mismo pasa con el padre, o los hermanos. Hay gente que se pelea con sus hermanos por tonterías, malos entendidos o discusiones pequeñas y mezquinas y pierden meses y años de vida que no se habló con ellos, no se tomó algo de caña, se hizo una parrilla o se jugó dominó. A veces los sobrinos van perdiendo el interés o el cariño en esas separaciones que son idiotas y las familias terminan alejándose como extraños. Nada cuesta de ve en cuando mirar a todas esas personas a nuestro alrededor y decirles eso, que los queremos; o un: discúlpame por eso que te dije un día. Realmente hay palabras que tienen magia.

 

   Por alguna razón la gente siempre cree que hay tiempo para remediar esto o aquello, para hacerle la vida más fácil a esta o aquella persona que tanto nos dio, para reconciliarse, para ayudar, para reunirse y amar otra vez; pero el Ennis del Mar viejo en su trailer, viendo la camisa de Jack sobre la suya con sus ojos llenos de amargura, remordimiento, dolor y amor frustrado debería servir de advertencia: nunca demos nada por hecho, ni siquiera el que tendremos el tiempo para cambiar y ser felices después. ¡Cuidado!

 

Julio César.

USA, OBAMA Y LA CAMPAÑA

USA, OBAMA Y LA CAMPAÑA

   “Chao, chica”.

 

   Hace casi un año ya, cuando comenzó a perfilarse la batalla entre Barack Obama y Hilary Clinton por la nominación demócrata, expresando como cualquier mortal mi parecer y preferencia, dije que le iba a ella, no sólo había demostrado ser una mujer fría, capaz e inteligente, sino porque daba un aire de fuerza que me gusta en las féminas; con eso en mente hice algunos señalamientos sobre el señor Barack Obama que me ganaron varios comentarios. Se creerá que fue algo bueno, pero no lo fue tanto. Se me dijo de todo, incluso dejaron flotar la idea de que yo era racista y lo atacaba porque era negro; por Dios, siendo venezolano la sola idea es idiota, pero eso se dejó entrever. Como saben, en Norteamérica, atrapada como está en sus temores, medias tintas y lo que es políticamente correcto, decirle negro a un negro es de mal gusto, que te asegura el mote de desgraciado. Nada más lejos de mi parecer.

 

    Me habría gustado, en otras circunstancias esa candidatura. Los demócratas presentaban un estuche interesante, o una mujer sería presidente, como pudo lograrlo Hilary Clinton con toda seguridad, o pudo llegar un negro, como ahora temo que sólo quedará el deseo (Dios no permita que ganen los republicanos). Pero deseos no preñan, decimos aquí. Que yo deseara esto o aquello, aunque lo quisiera mucho, se lo pidiera al Cielo o ensayara pensamientos positivos, no lo haría realidad. Expuse, esa vez, que muchos factores se alinearían frente a Obama para frenarlo. Uno, que era negro, y se diga lo que se diga, un grupo importante de blancos reaccionarios no lo querría de ninguna forma, como no fuera muerto en una caja. Luego estaba la gente más liberal, que sin embargo teme su inexperiencia, en política sólo ha sido senador dos años, ni eso terminó. Y los latinos, un grupo grande e importante ya dentro de la población del Norte (la primera minoría al desplazar a los negros)… estaban con Hilary pero no con él. Obama no cuenta con ellos de forma abierta. Y aquí privan los intereses de la raza una vez más.

 

   Los negros llevan más de trescientos años en Norteamérica, pero en líneas generales no lograron o no quisieron integrarse en una población única, manteniéndose apartados, no sé si es como los presentan en las películas, pero parecen casi medio retrasados culturalmente; los latinos no creyeron en esas tonterías, fueron, pocos y pobres, acometieron las faenas que otros no quisieron, crecieron en número de forma alarmante, consiguieron cupos en las escuelas, montaron negocios, representan un grupo nutrido que enfrentar a la sociedad, y de cierta manera, los intereses de mexicanos, puertorriqueños, cubanos y otros, no difieren tanto. Si hace falta se unen para cuestiones puntuales (mi casa es tu casa). Y las relaciones negros-latinos no han sido fáciles; mientras iban ascendiendo, muchos latinos resintieron las objeciones que los afro descendientes iban presentando en el camino. Además, si debe llegar el momento de elegir a un presidente representante de minorías: ¿por qué no ir tras un latino?

 

   Todo eso lo dije, pero la gente sonreía como si dijera yo tonterías (que tal vez lo son), ya que les gustaba la idea del candidato oscuro; así que no era yo popular, es más, era un mono retrograda. Y lo increíble, lo imposible, lo impensable está ocurriendo ahora: los republicanos, que no tenían forma ni manera de ganar estas elecciones hace tan sólo año y medio, no sólo han empatado a los demócratas, sino que amenazan con irse arriba (Señor, mete tu mano y no los dejes). Y no es por magia, por modas o caprichos, son por esas cuestiones visible unas, tacitas y latentes otras que para quien quiera verlo se le hace fácil. Por alguna razón los demócratas no quisieron verlo, y se jodieron. Pero es que algo muy malo  pasa dentro de ese partido, un bandido como el Jimmy Carter, es oído cuando pontifica sobre esto o aquello. Al menos ya dejó la presidencia del centro aquel con que iba reuniendo plata en forma de donaciones de regimenes autoritarios, para darles el ‘visto bueno’.

 

   El partido demócrata sabe que Latinoamérica se debate ante un autoritarismo anti norteamericano peligroso, y al único aliado que tienen en la región, Colombia, le niegan la entrada al Tratado de Libre Comercio, alegando que no defienden suficientemente los derechos humanos. Pero el tratado comercial con China no se les ocurrió vetarlo ni por un segundo. Y la gente los percibe como politiquillos torpes en sus manejos, aunque más parece cosa de ignorancia temeraria. Obama tampoco lo ha hecho fácil, sus coqueteos iniciales con Cuba y Chávez, cayó muy mal entre los latinos; se alejó, pero en mi caso particular le agarré arrechera, aunque aún y así, lo prefiero a los republicanos.

 

   ¿Cómo pudo subir la candidatura de John McCain? (por cierto, de eso hay un chiste de cuando presentaron Duro de Matar cuatro: “Ese va a ganar, ¿no ves que John McClane siempre gana al final?”). La batalla entre Hilary y Barack fue demasiado agria y larga, los bandos se separaron de forma violenta; dentro del grupo que perdió deben existir oscuros deseos de que gane el otro y no este. Luego llegó la noticia de que Obama le había ofrecido la vicepresidencia a un senador del Sur y este le dijo, no con esas palabras pero casi, que él con negros no iba ni a la esquina. Pero lo que terminó de perjudicarlo fue ese temor idiota que le tuvo a Hilary, ¡ella debió ser su vicepresidenta! Pero, aparentemente, el joven senador es de los que teme a las mujeres si son no sólo capaces e inteligente, sino ambiciosas. Por miedo, y también por algo de chauvinismo, la dejó por fuera. Dejó sin utilizar la única carta que habría asegurado un decidido repunte de gente que pensaría “bueno, no está muy preparado pero allí está ella, como estuvo tras el marido, y ese fue un buen gobierno”. Cosa que tampoco se dijeron los delegados demócratas idiotas, por ejemplo. Está bien, la sacó, tiene Vice, alzan las manos y sonríen… y el viejo McCain les echa la vaina.

 

   Es… realmente increíble que no previeran semejante jugada, es más, que no la intentaran ellos. El republicano había venido reacomodándose, subiendo, y únicamente debía derribar dos barreras: la inquietud por su edad, y la chapita de conservador duro representante del viejo sistema. ¿Y qué hace este anciano cuyas neuronas no deben estar tan ágiles como las de Obama? Nombra a una mujer para vicepresidenta. A una mujer de buen ver. A una mujer joven y fresca en el campo político. Y de un solo golpe inclina la balanza. Ahora a los demócratas no les queda más remedio que atacarla y destruirla, pero la mujer, mostrando esos desagradables rasgos conservadores que deben agradar a su gente (apoya abiertamente el derecho constitucional a portar armas de fuego, se declara en contra del aborto y no le asusta la pena de muerte… cosa esta última que también apoyo yo), no parece fácil. En una de cambio lo primero que hace es usar las palabras de Hilary contra Obama. Y aquí las posibilidades pueden ser interesantes, si McCain gana y algo le ocurriera (no es un muchachito aunque parezca más despierto que Obama), ella sería presidente… como debió serlo Hilary Clinton. Me pregunto, si en verdad, ya es tarde para los demócratas.

 

   Es de suponer que no, aún queda mucha campaña, pero la manera torpe y algo mezquina de comportarse de los demócratas, y de Obama, no dejan mucho campo a la esperanza. Pero en verdad, aunque ahora me agrada menos, espero que no gane McCain. El mundo no merece otro periodo republicano con esas políticas energéticas idiotas, las ambientales que son criminales e irresponsables, y guerreras que nadan han resuelto. Amanecerá y veremos. Y si alguien va a replicarme, que no sean con acusaciones de racista o simplista, que de argumentos, ¿okay?

 

Julio César.