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OJALÁ NO SEA TODAVÍA

OJALÁ NO SEA TODAVÍA

   Hace tan poco como el 18 de junio de este año varios departamentos bolivianos se encontraron declarados en emergencia bajo las aguas que arrasaron con casas, carros y gentes, afortunadamente pocos, pero enorme en el daño material que causó. Las reconstrucciones siempre son mil millonarias, generalmente en dólares, pero para el hombre y la mujer de a pie, que perdió sus cositas, la situación es terrible. Mal que bien tenían algo, algo propio y lo perdieron todo. Como gente normal, o como debería ser la gente normal, no tienen muchas esperanzas puestas en políticos o gobiernos, ¿quién ayuda al pobre en su día a día para salir de abajo, juntar sus cosas y prepararse más o menos bien para el futuro? Sus pérdidas son lamentables. Estas inundaciones, generalmente atribuidas a un fenómeno natural llamado La Niña (debe ser una de mis sobrinas, son terribles), lleva cierto tiempo causando estragos en la zona, aunque en el pasado era el Perú su víctima preferida, se había encariñado con ellos.

 

   Por otro lado, un volcán que llevaba tiempo preocupando en el Ecuador, el Tungurahua ha comenzado a atormentar a todo el mundo con sus temblores, humo y llamaradas más resientes. No la han tenido todas consigo los ecuatorianos, por un lado ese problema, y por el otro su frontera que limita con la guerrilla en palabras de su presidente, Rafael Correa, es testigo de escaramuzas entre los irregulares y el gobierno colombiano; es que cuando se está de malas todo llega junto. Igual ocurre en Chile y su volcán Chaitén. Colombia se ha visto sacudida por una serie de temblores, que han afectado también la zona andina de Venezuela.

 

   Pero las cosas no van mal sólo en estos lados del mundo, aunque no pienso hablar de Sri lanka, realmente no entiendo cómo esa gente vive todavía por allá, hace tiempo que yo me habría lanzado canoa abajo y abandonado esa parte del planeta; o Birmania, que fuera de la feroz represión de una dictadura militar, la naturaleza se las juega; o China con su pavoroso temblor; no, hablaré de Estados Unidos. Las cicatrices que los más o menos frecuentes tornados han ido causando en La Florida, que nadie puede ignorar, han ganado en violencia y fortaleza de manera inquietante; pero a pesar de sus víctimas y destrozos materiales, son nada comparado con la herida mal curada de Katrina sobre Nueva Orleáns. Y ahora aparece otro, y otro, azotándolos en su propio territorio. Creo que esas campanadas de alerta, estridentes, van a terminar despertando a la sociedad norteamericana.

 

   Ya no puede hablarse de problemas aislados, de fenómenos más o menos violentos que surgen de la nada. Algo está ocurriendo en su conjunto, no sólo con el clima, sino con la estabilidad misma de todo el planeta. La serie de pequeños (y otros no tan pequeños) terremotos que han sacudido la cordillera de Los Andes durante los últimos cuatro años, como la violencia de los tornados, maremotos e inviernos, por no hablar de las sequías y calorones capaces de achicharra todo ser viviente, no pueden seguir observándose como cosas que pasan por caprichos de la Madre Naturaleza. Es obvio que algo sí está pasando, que afecta y afectará al mundo globalmente, y que puede terminar siendo muy serio y desagradable para todos. Las sequías condenan a muerte muchas cosechas, como ocurre en La India y China, y cuando no hay alimentos, no hay sustitutos para paliar el hambre, y no sé otros, pero a mí me gusta comer cuando tengo apetito, y me pongo mal si no lo hago.

 

   ¿Qué piensas?

 

   ¿Estará deteriorándose el clima? ¿Estamos preparados para enfrentar temblores, olas gigantes, cerros que van deslizándose entre barros y escombros arrastrando gente, sucediéndose uno tras otro o simultaneadamente, sin dar tiempo para el socorro internacional o para cubrir todas las necesidades de los sobrevivientes? ¿Podemos hacer frente a la ruina de cosechas tras cosechas por lluvias o sequías, contando con reservas de alimentos ocultos bajo las camas de nuestros líderes políticos?

 

   ¿Llegaremos a tener que elegir entre nuestro modo de vida, consumo acelerado sin querer ver consecuencias molesta que arruinan los buenos momentos, o el freno a los mismos? ¿Tenemos el derecho de destruir el mundo donde nacimos sin dejarle chance a los que vendrán después, repitiendo con esa irresponsabilidad tan nuestra aquello de… después de mí, el diluvio?

 

   ¿O serán simple imaginaciones mías y me dejo llevar por el tremendismo y no está pasando nada, o al menos nada grave?

 

   Ojalá lo sea, ojalá todo esté bien. Ojalá que nuestros líderes y capitanes de empresas sepan lo que están haciendo, mientras yo continuo navegando alegremente por a red, envío mis mensajitos de texto citándome para ir a la playa a tomar cervezas y luego me recuesto a ver una buena película. Sería terrible tener que abandonar todo eso, así que espero que piensen que no, que todo está bien y que no debo preocuparme (nota: es la única respuesta que me gustaría).

 

Julio César.

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