EL DESQUITE
Morirán mientras duermen…
No hace mucho tiempo mi padre sufrió un infarto. Fue algo severo que casi nos lo arrebata en una tarde desesperante y una fea noche. Sobrevivió y quedó bien curado, diría yo, por lo que pasó a las pocas semanas. Está tan laborioso, terco y malcriado como siempre. Desde ese percance no lo hemos dejado trabajar más. Casi lo obligamos a retirarse. No necesitaba continuar haciéndolo, pero siendo como es, de quien siente que si son las seis de la mañana y todavía está en la cama hace algo malo (que manía de la gente despertar temprano cuando no tienen nada que hacer, ni que fueran a recoger agua clara al río), no se conformó. Debimos consentir en que volviera a conducir y en que se dedicara a un proyecto personal: levantar un gallinero en su patio. No, no está senil, vive en una casa de campo y tienen mucho terreno. Su idea era tener gallinas ponedoras, y con el tiempo sacar camadas de pollos y auto alimentar su empresa. Pensaba vender huevos, y más tarde pollos y gallinas mientras iban levantándose las subsiguientes generaciones, reponiendo a las ponedoras.
Le iba bien. Nos obligó a ayudarlo a aplanar un terreno, debía hacerse, aparentemente uno que estuviera ya plano no servía. Luego se hicieron hoyos, se sembraron vigas metálicas y se levantaron las jaulas con mallas metálicas. Ah, qué días, todavía tengo raspaduras de ellos. Afortunadamente nadie agarró tétano. En fin, llenó su gallinero. Una mañana, era un sábado, estaba yo en su casa con otros tres hermanos, tomando café y hablando tonterías con nuestra madre, cuando lo vimos llegar sudado, lívido, temblando de rabia. Se veía mal. Todos recordamos su corazón recientemente lesionado. Lo vimos entrar como un loco a su dormitorio y salir con una escopeta en las manos. ¡Iba a matar al perro!
Este perro, Canelo, como lo llamábamos, merece su propia historia. Baste con decir que era… malintencionado. Tanto así que ya llevaba como quince años de vida, cuando se supone que los perros, sobretodo los que no eran bien cuidado, no vivían tanto. Creo que lo hacia sólo para molestar. Pues bien, cuando papá iba a revisar el gallinero esa mañana, comprobando que tuviera agua y comida, el perro, meneando la cola, fue tras él. Cuando llegó, casi le da una vaina. La puerta de la jaula estaba forzada y las treinta y cinco gallinitas que tenía estaban muertas. Fue cuando reparó en las peladuras en el lomo del perro y la sangre en el hocico. En verdad nadie miraba mucho ya a Canelo, era una pesada carga. Según papá, se quedó viendo al perro y el perro a él, hasta que salió corriendo. El perro, no mi papá. Aunque también él corrió, a buscar la escopeta. ¡Qué arrechera tenía! ¡Cómo costó quitarle la escopeta!, todos lo llamábamos a la calma, a que se tranquilizara, que si le pasaba algo, como un accidente cerebro vascular, nada iba a ganar y el perro hasta se iba a reír. Mi hermana, la mayor de las hembras, tuvo que hablarle golpeado y fuerte, para que se tranquilizara. Mamá le dio sus pastillas para la tensión y casi lo obligamos a recostarse.
La verdad es que el perro supo hacerlo. No había dejado pollita con vida. Lo extraño es que fuera de las heridas de mordidas y demás, no pareció comerse a ninguna. Estaban las treinta y tantas. Una vez recogido el desastre, el perro reducido, atado y con bozal (no fue fácil, por lo menos yo le tenía algo de miedo desde hace tiempo, pero es otra historia), nos sentamos a comentar el incidente. ¿Acaso fue aquella la venganza del can? Canelo había sido el perro familiar hasta que papá, molesto porque se ensuciaba cerca de la entrada del gallinero, al que le daba demasiadas vueltas, decidió enviárselo a mi hermana, que no vive lejos de allí (y quien tampoco lo quería, pero ese es otro cuento). Allí estaba, amarrado, hasta que apareció esa mañana por ahí. Se había escapado. Pero lo que me hace sonreír todavía, fue el recuerdo temprano de esa mañana, cuando papá salió de la casa y lo vio allí le preguntó: Canelo, ¿qué haces aquí? Y comenzó a bajar al gallinero. El perro iba meneándole la cola a su lado, yo creo que como diciendo: ya vas a ver lo que hice…
Julio César.
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