ZAPE CON LA SACAROSA
Por razones que no vienen al cuento, pero que pueden resumirse en muchas salidas con buena mesa, mejor bebida y poco ejercicio, me he visto obligado a enfrentar la dura realidad… sigo creciendo. Técnicamente ya no estoy en edad de continuar el crecimiento óseo, se trata más bien del otro, de ese que te hace sudar por más de un motivo a la hora de salir a la calle, y compruebas que pasas de un pantalón a otro sintiéndote presionado por la realidad. Cuando no imposibilitado de entrar en ella. Odio hacer dientas (Dios, qué sufrimiento), mi único ejercicio, fuera de nadar todo lo que pueda en el mar, cosa que me encanta, es la bicicleta, pero no es tan fácil como parece subir en ella en una ciudad como Caracas, o cuando se está falto de ánimos. Uno vive para trabajar, de pasar el ajetreo de las colas, el tráfico, las llegadas ajustadas de horario. Uno termina sin fuerzas, agotado, y si bajas la mirada y notas la panza que comienza a asomarse, se completa el cuadro.
Como dije, odio las dietas, por lo que pensé en poner en práctica las viejas mañas que me enseñó una amiga con la que…, (dejemos eso así), y comencé a comer manzanas, sustituir pastas y panes con arroz, consumir cantidades grandes de cotufas, que engañan el hambre y dejan la panza llena pero aparentemente no engordan, y… casi nada más. Odio comer sancochado (eso no es comer), los vegetales los miro con suspicacia (eso come la vaca antes de que la comamos a ella, por lo que la vaca sí tiene la culpa), por lo que intento reducir lo dulce. Fue cuando, como suele ocurrir, encontré un articulo al respecto. Sabrán que Alicia, una amiga, me hacía consumir esa basurita, aunque era dulce en verdad.
La columna es de Eduardo Riveros, articulista bajo el nombre de La Arrechera Cotidiana, en EL NUEVO PAÍS, aquí va:
Ya no hay seriedad. No me refiero al Gobierno, que nunca la tuvo. Sino a la Sacarina que, ahora, se descubrió que en lugar de ayudar a adelgazar, engorda. O sea que esas cajitas que llevaban las señoras y algunos caballeros y que dispensaban las grageas de esa pócima milagrosa, no sirve para nada. Repito, no estoy hablando del régimen chavista. Y los estudios que científicos norteamericanos hicieron en ratones, demuestran la nulidad de todos los edulcorantes. El cuerpo, explican, se siente desorientado y en lugar de adelgazar aumenta la grasa. Ellos comprobaron que los animales alimentados con azucares artificiales ganaron más peso, manteca, y calorías que los nutridos con glucosa, que es un azúcar natural.
El problema es que la Sacarina se viene consumiendo desde hace añales. Fue descubierta en 1879 por Iza Remsen y Constantine Fahlburg. Un año antes había sido sintetizada; proviene de restos de cerdos o de un derivado de carbón mineral. Es vario cientos de veces más dulce que la glucosa. Inicialmente se usó en medicina cuando el consumo de azúcar estaba contraindicado. Posteriormente fue llevado a los productos de pastelería, bebidas, yogures y elaboraciones para diabéticos. Finalmente llegó como panacea en las campañas contra la obesidad. Empero, desde sus comienzos fue atacada; primero por la competencia que le hacía al azúcar y luego, años 70, por provocar cáncer en la vejiga en los roedores. Esto se debe a la alta cantidad de sodio que contiene la Sacarina.
Estos riesgos, que no se comprobaron en humanos, determinaron que, por ejemplo en Canadá, el uso de la Sacarina esté prohibido. En los Estados Unidos se trató de llegar a lo mismo, 1977, pero no prosperó en parte por las campañas de las empresas afectadas y por grupos de diabéticos que defendían su consumo. Sólo se advierte su presencia en las etiquetas de los artículos que la contienen. Esto me recuerda un chiste aparecido en el New Yorker. Conversaban dos hombres de las cavernas y uno dice: “Algo anda mal; nuestro aire es limpio, el agua pura, hacemos un montón de ejercicios, comemos alimentos orgánicos, no contaminamos, y sin embargo nuestro promedio de vida no pasa de los 30 años”. Nada que hacer. Así es la rutina humana.
……
¡Vaya con la Sacarina! Uno casi podría perdonarle que, contrario a lo que prometía y pregonaba (como una mala amante), no ayude a adelgazar sino a juntar grasita; después de todo no “introducía” azúcar al organismo, lo que es bueno en verdad para los diabéticos; pero lo del cáncer de vejiga… hummm, eso no es tan fácil de dejarlo pasar. Y pensar que también yo consumí esa porquería llevado por modas tontas. Es como dice mi señora madre: No quieres engordar, cierra el pico.
Julio César.
0 comentarios