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LOS SUPER VILLANOS

LOS SUPER VILLANOS

   -Jamás estarán a salvo…

 

   Las aguas vuelven a sus causes. Caído el mundo comunista, el mundo libre echaba en falta al gran enemigo, al horrible y peligroso ser que amenazaba la democracia, la libertad, la belleza y… el comer hamburguesas, me imagino; algo que es realmente delicioso, (ahí pierden puntos los enemigos de los Estados Unidos, criticándola, todos la aman aunque renieguen de ella). Los comunistas habían perecido por corruptos, represores y autoritarios… o eso fue lo que se le dijo a la gente; la verdad es que un sistema político donde se homogeniza el pensamiento, donde se busca la medianía en la conducta, tirando a la mediocridad, no puede hacerle frente a naciones donde se incentiva la competencia, la investigación y donde se premia al sujeto que ‘inventa’. Pero al desaparecer, el mundo miró con recelos a Estados Unidos, ahora la única súper potencia (eso volvió loco a Chávez), el gigante que sonreía pero siempre llevaba presto el garrote para aplicarlo donde hiciera falta, es decir, donde ellos dijeran que debía caer. Pero en el fondo, los gobiernos necesitaban ese algo que aglutinaba a la gente a su alrededor, que les hiciera creer lo que dijeran: que había estrechez, crisis inmobiliaria o recesión, porque el siniestro, inteligente y despreciable súper villano estaba tramando el fin de Occidente. No había con qué meterle el miedo a la gente en el cuerpo para que se comportaran, resistieran y callaran.

 

   Eso cambió en una fecha tan conocida como trágica, el 11 de septiembre de 2001; ese día amanecimos de repente enfrentados a la realidad de seres totalmente inescrupulosos que eran capaces de lanzar a otros a la muerte para gloria de ellos. El asunto de los aviones secuestrados y lanzados en ataques suicidas a mí me pareció realmente grave y revelador, esos aparatos iban llenos de personas, pero eso no importó a la hora de estrellarlos contra las Torres. Me dije, “si hicieron eso, ¿qué les impediría hacer estallar armas nucleares en Madrid, la plaza de San Pedro o en La Meca misma si las tienen?”. Entendí que los Estados Unidos debía ir a la guerra, era de lógica, ¿qué país sobrevive a semejante ataque si no responde? Tanto fue el impacto recibido esa mañana que los norteamericanos se arremolinaron al rededor de la figura presidencial, el antipático y desagradable señor Bush hijo. El tiempo lo ameritaba. Luego comenzó un periodo extraño donde se intentó elevar a los talibanes a la categoría de súper villanos. Al principio la cosa resultó, el recuerdo del ataque, las amenazas de nuevos atentados, las decapitaciones y demás, aterrorizaron al mundo… hasta que se dieron cuenta de que tras los videos lo que había era un sol implacable, arena y mierda de camellos.

 

   Osama Bin Ladem, oculto como cachicamo, con esos videos viejos, mal editados, con esas letricas imposibles de leer, no daba la talla. Se estaba en presencia de un vagabundo, de uno de los peores, con plata para comprar armas y sin la decencia de matarse él mismo en un ataque sino enviando a los bolsas; pero fuera de eso no era nada. Ese país, Afganistán, era pobre de solemnidad y aunque el señor Osama era, se aseguró, un hombre muy rico, de bien poco les valió. El ataque a Afganistán y luego a Irak, sin que se encontraran las míticas armas de destrucción masiva (y aclaro que no siento ningún pesar por el régimen caído del señor Sadam Hussein, ni por su suerte), dejó muy mal parados a los fabricantes de estrellas. La gente se preguntaba: ¿Y las súper armas? No las había. Repito, sólo arena y sequedad, no había ejércitos multitudinarios, ni misiles con cabezas nucleares, ni satélites amenazantes, ni armas tan extrañas como sofisticadas, sólo bocones que gritaban que harían y harían y nada hicieron.

 

   Lo de Irak es patético, mientras el noventa por ciento aspira vivir libremente,  en paz, intentando adoptar un sistema político democrático, un pequeño grupo pone bombas, mata gente y grita que quiere lo mejor para su país y que se vayan los invasores. Lo curioso es que muchas personas parecen darle tanto peso a lo que desea el noventa por ciento como a lo que dice este montoncito; me parece que en eso se dejan llevar por el primitivo odio tribal contra Norteamérica, nación a la que toda persona menos capaz debe odiar, necesariamente, para sentirse mejor por toda la eternidad. Estos grupitos se comportan como las FARC, aunque estas ya ni decir que actúan en nombre de Colombia, quien les ha hecho bastante el fo, pueden.

 

   Pero cuando nos habíamos ido quedando sin miedos (y uno no sabe si fabricado también, o justamente por eso), aparece Rusia nuevamente en escena. La otrora súper potencia, la muralla roja, ese lugar dantesco de donde surgían los peores planes contra Occidente. El señor Putin, creyéndose más un zar que un premier, mueve al país a su antojo, igual que al gobierno títere que puso al frente. La guerra contra Georgia fue un claro maullido para darle a entender a Occidente, la OTAN y Estados Unidos, que aún están ahí y pueden arrecharse si los jorungan mucho. En repuesta a la ampliación del Tratado del Atlántico Norte, que aspira colocar misiles en la propia Polonia, a pata de mingo, Rusia responde con esto, sabiendo que Estados Unidos haría muy poco para frenarlos. Por un lado privan los intereses económicos, por el otro deben actuar con cautela, Rusia no es Afganistán o Irak, pueden tener armas desconocidas, por difícil de creer que sea en este mundo tan ‘espiado’.

 

   Como sea, el señor Putin es una figura más atractiva para encarnar a un genio del mal, a la Mente Maestra; el verdadero Fu Manchú. Uno puede imaginarlo, con un largo y oscuro sobretodo que más parece una capa ondeando a sus espaldas, abordando un trasbordador y saliendo del planeta, reuniéndose con los chinos, que visten coloridos kimonos, con sus manos ocultas bajo las mangas, en una estación espacial, de la cual se desarmaría la mitad, apareciendo un largo cañón, ¡el rayo de la muerte!, que apuntaría al Oeste. Es fácil entender por qué esto resulta más llamativo. Y nosotros, la gente común, quedamos donde comenzamos hace sesenta años, aunque ahora Rusia sea más bulla que cabuya.

 

Julio César.

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